Bebés, niños atrapados en balaceras, pequeños jugadores de fútbol que no volverán a soñar con ser grandes. Y la eterna justificación que exonera culpas, el por algo serán en qué andaban los padres.
El horror comenzó con el ataque a balazos al frente del comercio del suegro Messi, pero los niños y niñas muertos no causaron nada. Son criaturas que viven en los barrios populares de Rosario, que como todo pibe de barrio suele estar en la puerta de su casa, en los brazos de sus padres, jugando con una pelota.
Esas muertes no generan marchas, no eyecta jefes policiales, ni traen caravanas de medios nacionales ni diputadas con chalecos antibalas en las calles. Los políticos opositores y los oficialistas no hablan. No proponen evitar la muerte. No son títulos. Representan sólo el espanto que se vive a diario junto con la indiferencia.
El 2022 tuvo su pico máximo de homicidios en Rosario. Fueron 288 crímenes, pero a diferencia de lo que venía ocurriendo en años anteriores, ésta cifra incluye un aumento de víctimas mujeres y niños.
Se registraron 33 muertes violentas de menores, de los cuales 29 fueron a balazos. Al menos en 26 casos las balas fueron atribuidas a contextos de narcocriminalidad.
Y del total de crímenes, el 70% se inscriben en esa causal y el 89 por ciento de los asesinatos se cometieron con armas de fuego, según los datos del Observatorio de la Seguridad Pública (OSP) de Santa Fe.
Bebés en brazos, niños atrapados en balaceras, pequeños jugadores de fútbol que no volverán a soñar con ser grandes. Y la eterna justificación que exonera culpas, él por algo será en qué andaban los padres. Los niños y las niñas viven en los barrios, juegan en las calles y en sus casas. A esos niños les alcanzan las balas desde las ventanas, o en las precarias canchas, o junto a sus padres.